Texto por Constanza Jorquera e ilustración por Monitos Feitos.
Necesitamos un milagro para salir de aquí. Y los milagros son reales; me han pasado antes. Amor incondicional, por ejemplo, o solidaridad, o acción colectiva valiente. Los milagros siempre ocurren en el momento adecuado en la vida de quienes tienen una fe infantil en el triunfo de la verdad sobre la falsedad, de quienes creen en la ayuda mutua y viven de acuerdo con la economía del regalo. No puedes comprar la revolución, solo puedes ser la revolución.
Nadya Tolokonnikova.
Sin duda, el viernes 18 de octubre y el proceso que se inició en consecuencia nos marcó a todes para siempre. A dos años del “estallido social”, abundan los análisis y actividades varias, lo que hace inevitable reflexionar sobre estos dos años que han parecido una década.
Conmemorar este día conlleva la mezcla de muchos sentimientos. Como dijo Nona Fernández en nuestro conversatorio del pasado 11 de septiembre, estamos en un estado alquímico donde intentamos crear un nuevo pacto social con elementos tan contradictorios como la esperanza, el miedo, la impotencia y la frustración.
Por un lado, sientes alegría al recordar que las personas ejercieron su derecho a manifestarse de formas diversas, la activación de espacios comunitarios y solidarios, un millón de personas marchando por el centro de Santiago; pero a la vez, viene el horror de pensar en la represión, muertes, mutilaciones y saber que desde día, expresar tu opinión y exigir dignidad conllevaba arriesgar tu vida y tu libertad en medio de la impunidad, personas cuyas vidas fueron arrebatadas o traumatizadas para siempre sin responsables, el constante temor a las autoridades y poderes fácticos, porque sabemos que tal como lo hicieron por casi dos décadas y desde hace dos años, siempre lo volverán a hacer.
No hay día en que en nuestro país no aparezca una noticia controvertida, debate o cualquier situación digna de una colección de memes o un reality show de mal gusto. La pandemia y su manejo profundamente cuestionable por parte de las autoridades ha hecho lo suyo y claramente estamos ante un nuevo ciclo político, algo así como un nuevo clivaje, el Constitucional, como me enseñaban en clases de historia de Chile en la universidad. Nuevas fuerzas políticas, movimientos de actores, múltiples elecciones, un proceso constitucional inédito en nuestra historia en curso, son fenómenos impensados hace dos años.
Todos los seres humanos quieren creer que tienen dignidad. Si responde a la deshumanización con más deshumanización, será fácil para su oponente ignorar sus palabras y sentimientos, estigmatizarlo, encarcelarlo, quitarle la vida.
Es físicamente doloroso ver el huracán de odio, mentiras e hipocresía que es la política en este momento. Está normalizado engañar, ser insincero y no transparente. Mientras no te atrapen, está bien. Y más a menudo, no les importa si los atrapan (Tolokonnikova, 2018).
En diversos conversatorios en el Club de Té, nuestras invitadas e invitades han articulado análisis mucho mejores de los que podría hacer en este breve post y me han ayudado en mis propios cuestionamientos. Lo cierto es que el estallido no surgió de la nada y su nombre lo indica, fue como un olla de presión compuesta por décadas de un modelo abusivo, explotador y maltratado que, al menos a mi generación y las que nos anteceden nos hicieron normalizar desde la rabia contenida y el miedo. Toda esa rabia, humillación e indignación tenia que explotar con gran violencia.
En múltiples clases, seminarios, investigaciones, se hablaba de la despolitización de la sociedad, la apatía, desafección y un creciente vacío que afectaba a nuestra democracia, bastante procedimental y débil, por cierto. Si bien es un diagnóstico verdadero, cubre solamente el nivel más macro y en relación a los canales tradicionales de participación política como los partidos, pero durante todas estas décadas han existido organizaciones, grupos y personas cuyo trabajo activista en los territorios ha marcado la lucha incansable por mayores derechos y una vida digna, solo que han sido invisibilidades y en los márgenes ante un marco rígido y ahora obsoleto de lo que “la política” se supone que es.
Para mi no fue extraño que las niñas y adolescentes estudiantes comenzaran con las evasiones y estoy segura de que todas sentimos esa esperanza, ese pequeña llama de rebeldía que estaba dentro de nuestros corazones. La ocupación de espacios públicos para desafiar el poder es simbólica y también material, y la movilización que comenzó a gestarse en las evasiones dio cuenta de los elementos interseccionales en nuestras vidas como sociedad y como mujeres, pues no basta con el "empoderamiento" y la falsa meritocracia que por naturaleza son individualistas y no cuestionan las raíces sistémicas y estructurales de nuestras opresiones, sino que se trataba de un levantamiento transversal, colectivo y solidario.
Siguiendo a Fernández y Moreno (en Araujo, 2020: 278-279): esta discontinuidad intergeneracional puede comprenderse a la luz de la tensión entre una lógica que habría optado por institucionalizar los temas de género en el Estado (con las consecuentes mermas de temas signados como valóricos) y la aparición de una “tecnocracia de género” y otra lógica que abogaba por mantenerse al margen del Estado, y que tuvo como consecuencia el alejamiento del movimiento social y del feminismo como un actor dentro de ese escenario. Puede sugerirse que es a partir de las movilizaciones que comienza a establecerse el diálogo y el vínculo más directo con las generaciones mayores: líderes, activistas, intelectuales e investigadoras feministas fueron invitadas a participar en las distintas actividades organizadas al interior de los paros y tomas.
Una de las características más valiosas de los movimientos feministas es su capacidad de establecer redes, “tejer rebeldías”, entre nosotras para encontrarnos, conocernos y compartir desde lo intergeneracional e interseccional, y esta lección de las movilizaciones feministas de 2018 se mantuvo fuerte y se profundizó tras el 18-O.
En los días previos al 18 de octubre, veíamos cómo las y les estudiantes comenzaron a movilizarse en las estaciones de metro en Santiago, como flashbacks de las diversas movilizaciones estudiantiles de 2006, 2008 y 2011, así como el llamado “mayo feminista” de 2018, donde las estudiantes secundarias y universitarias en todo el país protestaron frente a los abusos de poder reiterados en instituciones anquilosadas de sexismo y violencia patriarcal.
Los poderosos sí lo vieron venir, solo que prefirieron ignorarlo y no escuchar hasta que personas tuvieron que morir, ser mutiladas y reprimidas. Como leí en un tuit que me pareció muy certero, no solo la sociedad despertó, también despertó el terrorismo de Estado.
El 18 de octubre nos encontrábamos en el Taller de Cultura Popular China, lo recuerdo bien porque estudiamos la masacre de Tiananmen, una coincidencia bastante trágica, y se sentía venir el caos, porque toda la red del Metro había cerrado. Sin embargo, fui bastante ingenua al pensar que sería algo temporal, porque cuando naces y creces en un Estado indolente y sordo, te acostumbras a que todo pase.
Empezaron a escucharse los cacerolazos en todas partes, gente en las calles intentando llegar a sus casas, noticias de una chica herida por Carabineros y poco a poco ver vehículos y helicópteros policiales alrededor. Ahí fue cuando nos dimos cuenta que el "estallido" y sus esquirlas nos iban a herir en lo más profundo.
Siguieron días demasiado difíciles, no olvidemos que en cadena nacional nuestro presidente anunció que estábamos en guerra. No podía dormir con el ruido de los helicópteros y el miedo, viendo militares y policías en cada cuadra con armas enormes, no podía parar de ver videos en redes sociales de represión, personas detenidas, heridas, asesinadas, allanamientos, tanques y militares en las calles, aunque sabía que no era saludable y lloraba constantemente.
Cuando estoy demasiado angustiada necesito estar activa y hacer muchas cosas, pero en este caso en especial, sentí que debía movilizarme de alguna manera y que el Club de Té tenía que cumplir un rol de plataforma para reunirnos, conversar, apoyarnos y expresar nuestras ideas. Escribí posts pidiendo ayuda a amigas y personas que conocía, hice fanzines que entregaba en cafés y a quienes participaban en nuestras actividades, organicé tres cabildos, articulé con múltiples ilustradoras e ilustradores para crear proyectos y compartir su trabajo, organicé el primer Encuentro por la Autogestión. Como mujeres siempre hemos estado excluidas de espacios de discusión y activismo político, invisibilizadas la dominación masculina, y siempre nuestras demandas quedan en el último lugar de la agenda al privilegiar los llamados “problemas macro”, cuando el género es un factor fundamental en su comportamiento, de modo que me pareció importante potenciar nuestra red de apoyo.
Las mujeres estamos desde hace mucho tiempo presentes en varios escenarios de la vida denunciando la destrucción de bosques, la crisis del modelo extractivista, la violencia de género, las desigualdades laborales, la violencia obstétrica, abogamos por un aborto legal, libre y gratuito, exigimos una educación no sexista, luchamos por la valorización del trabajo doméstico formal e informal remunerado, por el resguardo a la crianza protección de la infancia, por una ley de hogares monoparentales, por proyecto de crianza y maternidad para mujeres privadas de libertad, por la destrucción de un sistema capitalista y patriarcal que es una alianza criminal que nos desplaza e invisibiliza los saberes, creencias y prácticas feministas. Las mujeres tenemos mucho que aportar instalando un nuevo tejido social humano, equitativo, respetuoso de las diversidades y diferencias, creando oportunidades en estas rebeliones sociales donde las mujeres estamos presentes, organizando conversatorios, creando asambleas o cabildos feministas desde donde levantamos, mostramos y practicamos nuestra sororidad. Estamos marchando codo a codo con todo el territorio, donde nuestras miradas son compartidas, aceptadas, revisadas, debatidas (Stevani y Montero, 2020).
La gente estaba siendo asesinada, mutilada, detenida, los medios tradicionales ocultaban información y mentían descaradamente, no sabíamos qué iba a pasar con nuestras vidas y en particular me preocupaban nuestras vidas como mujeres, porque desde que nacemos le tememos a la violencia sexual y la vulneración de nuestros derechos básicos, ¿cómo iba a quedarme quieta? este tema tiene una importancia personal, política y académica, y me inspiré en mis ancestras, en las activistas feministas que admiro y en mis amigas y amigues para obtener la fuerza que necesitaba para ello y se los agradeceré para siempre.
Nada cambiará si preferimos sentarnos y quejarnos de que la política es aburrida y porque es aburrida no queremos participar en ella. Depende de nosotros remodelar lo que es la política. Recupéralo. Devuélvelo a calles, discotecas, bares, parques (Tolokonnikova, 2018).
En el post llamado “A nuestras ancestras” de noviembre de 2019 comenzaba el texto con “¿Cómo pudieron aguantar tantos años si en una semana ya no doy más?”, refiriéndome a lo que las mujeres tuvieron que soportar durante casi 18 años de dictadura, y terminé con mi escrito favorito de mi académica y activista feminista favorita, Julieta Kirkwood, llamado “Niñas bonitas”, el que todavía es muy revelador y pertinente a nuestra realidad. Han pasado dos años y aprendimos a vivir con esto, más movilizades, alertas y denunciando, pero se ha hecho habitual ver violaciones a los derechos humanos, casos de corrupción, pobreza y condiciones indignas.
Como plantean Rivera y Jimenez (2020): los gobiernos de centro derecha como el del actual Presidente Piñera no tienen experiencias para abordar conflictos sociales ni para generar diálogos con la ciudadanía. Sus formas de respuestas se basan en la represión para instaurar el orden y aplacar los movimientos sociales, lo que contrario a lo esperado, produce un fortalecimiento de estos y de las distintas formas de articulación y protesta social.
Las clases se suspendieron y solo fui una vez a la universidad donde llegaron un par de estudiantes y estuve un rato en una asamblea de la carrera, mi estación de metro estuvo casi un año cerrada y mis rutinas cambiaron para salir justo lo necesario, regresar temprano a mi casa, movernos para realizar los talleres, saber que cada viernes en la tarde era más difícil movilizarse y que podría pasar cualquier cosa horrible en Plaza Dignidad y sus alrededores.
Paralelamente, veía en redes sociales a personas que no parecía importarles en absoluto lo que ocurría, estar en mis espacios profesionales y académicos donde se discutía desde la erudición de las ciencias sociales de forma breve el fenómeno para luego seguir tomando café mientras veías el humo de las barricadas y sentías el olor a lacrimógena a lo lejos … a lo lejos, sí, porque la lejanía es una coraza cómoda, quizás con agua como los oasis, para las personas que no se cuestionan sus privilegios y viven sus vidas como un un caso de estudio o una pasarela falsamente parisina con filtros de Instagram en uno de los países más desiguales del mundo.
Constantemente es algo que me enoja, pero en lo que trato de trabajar para entender que ningún fenómeno social va a producir la emergencia de la “persona nueva” (originalmente el concepto es “hombre nuevo” y viene del libro El socialismo y el hombre nuevo de Ernesto “Che” Guevara), las personas no deben pensar igual que yo y cada une hace lo que considera correcto para llevar su vida por más cuestionable que nos parezca.
Cada vez que me siento de esa forma recuerdo las sabias palabras de Nadya Tolokonnikova en El Libro Pussy Riot en dos ideas centrales:
1. Cuando tocas puertas y pides a la gente que participe, algunos te dirán que te vayas a la mierda. Esta bien. Así que ándate a la mierda, te ayuda a relajarte, a ordenar tus pensamientos y seguir adelante. He aprendido: a estar agradecida, a deshacerme de esas codiciosas expectativas sobre la vida y las personas que me rodean.
2. He aprendido: no estoy atrapada pensando que a nadie le importa lo que hago. Deshazte del complejo mesías. No puedes resolver los problemas del mundo solo. Si lo crees, eres Trump. Tu esfuerzo activista es una parte única e importante de una reacción en cadena global y, ergo, debe hacerse. O: piensa globalmente, actúa localmente.
Estos dos años han sido intensos y difíciles, la violencia y el miedo tras el 18-O, así como los efectos de la pandemia ha reconfigurado nuestras vidas y un ejercicio conmemorativo a nivel colectivo puede ayudarnos a seguir adelante, sobre todo en medio de un proceso constitucional y de cara a un nuevo ciclo electoral donde no da lo mismo quien gobierne y quienes nos representen. Definitivamente, todos estos sucesos me han hecho crecer y replantearme varios aspectos como mis relaciones, visiones de mundo, prioridades y buscar formas de mejorar cada día, lo cual nunca es fácil.
La politización desde el feminismo logra explicitar estos aspectos, estableciendo un diálogo entre las demandas estudiantiles de los años 2000 y la crisis de legitimidad actual. Mueve el marco “de lo posible” al considerar una reconfiguración total de los espacios políticos y demandas tradicionales, como también de las posibilidades de transformación. Exige un más allá incluso de los márgenes de la izquierda, corre el cerco de las formas de organización y activación social a través de un movimiento carente de una centralidad, direccionalidad o liderazgo específico. Es multipolar y transversal, plural y diverso (Follegati, 2021).
Espero con todo mi corazón y soy optimista al respecto, que no debamos sumar otro periodo de “años del silencio” al movimiento feminista chileno, que nuestras válidas divisiones y debates no terminen un fraccionamiento interno que lleve a la parálisis. Quiero ser optimista, porque el movimiento feminista fluye y evoluciona constantemente, y existirán fuertes golpes que nos pondrán a prueba; pero al final, las ganas de cambiar las cosas sumarán a muchas más personas y nos darán la energía para construir comunidad, fortalecer nuestros vínculos de solidaridad y seguir ocupando espacios de poder, por convertirnos parte de algo que es más grande que une misme.
Pero en especial, y en eso no soy tan optimista, deseo que esa "alegría subversiva" (en palabras de Nadya Tolokonnikova) pueda convertirse en resultados concretos y en un derecho a simplemente sentir que algo mejor es posible, y que no tenga como contra cara las violaciones a los derechos humanos que durante gran parte de nuestra historias han buscado precisamente eso: que perdamos el derecho a alegrarnos.
Fuentes Consultadas
- Araujo, Kathya, editora (2020). Hilos tensados. para leer el octubre chileno. Santiago: Editorial USACH.
- Follegati, Luna (2021). “Nos quitaron hasta el miedo”: Los feminismos en la revuelta social chilena. Dossier LASA: Ecos de la protesta social, 51:4: 4-10.
- Rivera, Guillermo y Jiménez, Luis (2020). Resistencias desde el Sur: Algunas reflexiones sobre los jóvenes y el octubre chileno. Field, 15.
- Stevani, María Vanesa y Montero, Claudia (2020). El octubre chileno: voces y luchas feministas. Descentrada, 4(1), e111.
- Tolokonnikova, Nadya (2018). El libro Pussy Riot. De la alegría subversiva a la acción directa. Barcelona: Roca Editorial.