“Qué tranquilidad pensar en todo lo que ocurre lejos de la mirada humana y, en cierto modo, a pesar de ella”.
Reseña por Constanza Jorquera.
¡Muchas gracias a la editorial Falso Azufre por este libro y la confianza para reseñarlo!
Hace un par de días estaba leyendo las noticias y sentí mucha pena al enterarme que la Cámara rechazó el proyecto de ley que buscaba prohibir las carreras de perros. Más tristeza me invadió al ver declaraciones que justificaban el rechazo con ideas como la tradición, la cultura, la patria y la identidad. Estos son inventos, construcciones humanas que se traducen en artefactos que nos permiten darle sentido a nuestra existencia en este planeta.
Recordé que en nuestro país los animales son bienes muebles, propiedad de las personas y que en chino mandarín la palabra animal, 动物 (dòngwù) está formada por dos caracteres que significan “cosa u objeto que se mueve”. Un artefacto para ser usado, pero, a diferencia de los demás, no fue creado por las personas. ¿Por qué, si también somos animales, no nos consideramos artefactos? Porque hemos construido un mundo antropocéntrico donde no nos vemos como cohabitantes de un mismo espacio vital.
Un libro es un artefacto para ser usado, al igual que un microscopio, una nave espacial y un museo, y “Una ballena es un país” de la escritora, poeta y traductora mexicana Isabel Zapata es una mezcla de artefactos: páginas, historias, fotografías, mapas, testimonios de la interacción entre humanos y animales que, al mezclar la poesía con el ensayo, busca tender puentes de empatía y transformar nuestra relación con la naturaleza en un periodo de crisis interconectadas que explotan el individualismo y la incertidumbre.
La capacidad de Isabel Zapata de darles a los animales una voz y una historia desde lo onírico y, por momentos, lo fantástico, es un recordatorio de la humanidad que deberíamos tener, en contraste con los relatos basados en hechos históricos donde las personas demostraron tanta crueldad, convirtiéndose en artefactos de destrucción de otros seres que consideran también artefactos. Entre los muchos grises de la ciencia, que lleva a experimentar con animales para “los avances de la humanidad”, hemos descubierto las características fisiológicas y las conductas de los animales, tan diferentes y similares a nosotros al mismo tiempo.
Ballenas, pulpos, peces, rinocerontes, osos, caballos, perros, lobos, gorilas y ratas, desde animales tan grandes que podrían ser un país a tan pequeños que son imperceptibles e ignorados por la cotidianidad de la vida humana, desde animales extintos a quienes viven con nosotros y se convierten en familia, entre animales salvajes y animales domesticados, entre lo real y la ficción, este libro es un registro y una bitácora que logra su propósito de conectarnos y motivar la curiosidad.
“Preguntar qué es un animal […] tiene que ver con la manera en que entendemos lo que significa ser nosotros y no ellos”.
Me encantó sumergirme capacidad evocativa e inmersiva de la autora. Fue viaje sensorial, especial y temporal en cada poema y ensayo, navegando entre sentirme como cuando era pequeña aprendiendo sobre animales a través de enciclopedias ilustradas, láminas, posters en la sala de clases, como una testigo impotente de los experimentos y la tortura propia del colonialismo científico y el hambre por el poder de las grandes potencias, una exploradora en la selva y en los mares, una buceadora en el fondo del océano, un microorganismo, un pequeño insecto en el pasto, o simplemente una persona que observa el cielo o las páginas de un libro azul.
Al final del día, las ballenas, los caracoles y las personas nos parecemos: somos países, geografía, tenemos fronteras difusas, somos una casa y crujimos porque sabemos amar sin rigidez.