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A nuestras ancestras

Ilustración por Camila Valencia y texto por Constanza Jorquera.

Durante estos días de movilizaciones y militarización de nuestro país, a menudo ha surgido la reflexión sobre nuestras familias que tuvieron que vivir en dictadura durante 17 años.

¿Cómo pudieron aguantar tantos años si en una semana ya no doy más?

Lo cierto es que hoy, al igual que en el periodo de dictadura, las mujeres siguen siendo violentadas de múltiples formas posibles y se les dice “luchadoras” en los medios de comunicación por mostrarse fuertes y capaces de cumplir con las tareas del hogar, trabajar y preocuparse de su familia, pero esta idea invisibiliza su salud mental, sus relatos, sus historias.

Hoy, a fines de octubre del 2019, se registran casos de mujeres desaparecidas, torturadas y abusadas sexualmente por las fuerzas armadas y policiales. Hoy, 26 de octubre de 2019, se registran 13 mujeres desaparecidas, 545 mujeres detenidas, 343 niñas, niños y adolescentes detenides, de acuerdo al Instituto Nacional de Derechos Humanos. Muchos casos de mujeres en estas situaciones aún se desconocen.

¿Cómo no indignarnos cuando la desaparecida Ministra de la Mujer y Equidad de Género, Isabel Plá, además de no aparecer en una semana, hoy aparece en la prensa negando la violencia sufrida por las mujeres en manos de militares y policías?

Nosotros, hasta ahora, no hemos recibido denuncias de esa naturaleza y si las hubiera, en el marco de lo que está ocurriendo, corresponde que sean otras organizaciones las que asuman, porque necesitamos que sean organizaciones que garanticen autonomía.
Ministra Isabel Plá. Fuente: La Tercera.


Lamentablemente, las violaciones a los derechos humanos sistemáticas por parte del Estado de Chile no son algo nuevo.

De acuerdo a la Comisión Valech, compuesta por la Comisión de Prisión Política y Tortura (Valech I) y por la Comisión Asesora para la calificación de Detenidos Desaparecidos, Ejecutados Políticos y Víctimas de Prisión Política y Tortura (Valech II), en su informe entregado en 2011 al presidente, en ese entonces y ahora, Sebastián Piñera (la ironía), el registro de personas que sufrieron violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet asciende a casi diez mil (9795 personas, de acuerdo a la nómina), de las cuales más de tres mil fueron asesinadas. Otras organizaciones de derechos humanos han señalado que la cifra superaría las veinte mil personas, pues muchas denuncias no fueron recogidas por la Comisión y en el artículo del periódico español El País que informó sobre la entrega del informe, se indica que serían más de cuarenta mil.

Muchas de las mujeres desaparecidas se encontraban embarazadas y las sobrevivientes han podido compartir sus crudos testimonios y traumas sobre las crueles torturas que sufrieron, donde el componente de violencia sexual fue protagonista, tal como pueden revisar en el artículo del mismo periódico publicado el pasado 11 de septiembre, al cumplirse cuarenta y seis años del golpe de Estado y el quiebre de la democracia en Chile.

Los victimarios fueron las fuerzas armadas de Chile, las mismas que hace una semana están saliendo a las calles gracias a la decisión del presidente Sebastián Piñera de declarar estado de excepción constitucional el pasado viernes 19 de octubre.

Nuestras madres, tías y abuelas que vivieron la dictadura han revivido el trauma y el miedo, rabia e impotencia se apodera de ellas.

“Es como haber vuelto a cuarenta y seis años atrás”, me dijo mi abuela. Luego me dijo que estaba acostumbrada a ver a los militares en la calle y que entendía mi pánico al caminar entre ellos en la calle. “No los mires, no digas nada”, me dijo cuando fuimos a comprar.

Nuestras ancestras han naturalizado la violencia, han debido callar y seguir sus días con el dolor y los efectos post traumáticos del terrorismo de Estado, tuvieron que criar a sus hijes sin quejarse, sobrellevar la crisis económica y la falta de productos básicos, ver cómo se llevaban a sus vecines y amistades, muchas a sus esposos, hijes y otros familiares, otras son sobrevivientes de tortura. Nuestras mamás, tías, primas y hermanas que nacieron y crecieron en dictadura también tienen estos traumas. Sumemos a esto los casos de violencia doméstica por parte de sus parejas y que hoy, las más mayores, deben sobrevivir con enfermedades no adecuadamente tratadas y con pensiones que no les alcanzan para pasar sus últimos años con dignidad y tranquilidad.

Y es ahí cuando la impotencia nos invade, la rabia, de querer quitarles ese dolor de alguna forma, de abrazarlas para que no tengan miedo en un país que les prometió “alegría” y que “nunca más” vivirían con temor. Cada día, desde hace una semana, temen que los miliares entren a sus casas, temen volver a vivir esa pesadilla de 17 años, temen que no volvamos más cada vez que salimos.

En la actualidad, las mujeres de nuestras familias viven la precarización y la desigualdad de forma gravísima.

De acuerdo a la Superintendencia de Pensiones, la brecha salarial entre hombres y mujeres supera el 15%, que aumenta en el caso de trabajos con contrato indefinido.

El empleo asalariado, respecto del total de ocupados de cada sexo, es menor en mujeres (65,1%) que en hombres (71,7%), al tiempo que la tasa de informalidad laboral femenina (31,9%) es mayor que la masculina (28,6%).
Superintendencia de Pensiones. Informe de género sobre el sistema de pensiones y seguro de cesantía (2018).


Siguiendo con datos de la Superintendencia de Pensiones, del total de personas afiliadas al sistema de capitalización individual que se pensionan por vejez, el 57, 5% corresponde a mujeres, hay mayores mayores períodos sin cotizaciones en las mujeres, dando cuenta de una trayectoria laboral de las mujeres más interrumpida y discontinua, que afectará directamente en pensiones más bajas que los hombres, que ya son paupérrimas a nivel general. A ello se suma que las mujeres al jubilar a los sesenta años, en vez de a los sesenta y cinco como los hombres, tienen menos cotizaciones, y tienen una esperanza de vida mayor, de modo que cuando las AFP hacen sus “cálculos”, los montos de pensión son aún más bajos.

Vivimos cada vez más y es en la vejez cuando pagamos el costo de la educación desigual, la inequidad salarial y los obstáculos en el desarrollo laboral, que nos marginan de mayores oportunidades.

Esta trayectoria difícil provoca que las mujeres tengamos una pensión contributiva un tercio más baja que los hombres ($168.000 versus $262.000); que el 75% de las pensionadas reciba un monto inferior al salario mínimo líquido y que el 94% de las pensionadas en modalidad “Retiro Programado” reciba una por debajo de la línea de la pobreza, lo que las obliga a enfrentar una dura vejez.
Alejandra Sepúlveda, Directora Ejecutiva de Comunidad Mujer.


Este país les falló, el sistema les falló, nosotres les fallamos y eso duele, muchísimo. Por eso salimos a la calle y nos manifestamos, por justicia y dignidad, para que ese “nunca más” sea verdad, que las personas responsables paguen las consecuencias y puedan vivir en un país que les permita vivir cómodamente y en paz. Muchas de ellas protestaron para recuperar la democracia y obtener justicia, y también se manifiestan hoy en múltiples espacios, pues juntas decidimos no callarnos más, por tantos años de violencia y desigualdades, por la precarización de nuestras vidas y por las violaciones a los derechos humanos a las cuales nuevamente nos vemos sometidas, donde hay un ensañamiento contra las mujeres, niñas y disidencias.

Cuántas mujeres han perdido a miembres de su familia, cuántas no saben de su paradero, cuántas están cuidando a familiares herides. Y la sociedad les sigue exigiendo que “salgan adelante” sin que existan nombres de responsables y procesos judiciales para sancionarlos.

Gracias a nuestras ancestras estamos aquí, por su sacrificio incansable y amor incondicional somos las mujeres que hoy están movilizadas por un Chile mejor. Abracémoslas, escuchémoslas, cuidémoslas y a nosotras también para poder seguir a su lado.

Por nuestras ancestras, por todes, nunca les vamos a perdonar lo que han hecho y continuaremos luchando.

Para finalizar, compartimos el escrito “Niñas bonitas”, que forma parte del libro Tejiendo Rebeldías de una gran ancestra, Julieta Kirkwood (1937-1985), socióloga, politóloga, académica y activista feminista, precursora de los movimientos feministas de la segunda ola en Chile en la década de 1980.

Señora, usted camina por el lado del Orden
del amparo de la casa linda y grata con olor a limpio
de lo niños recién bañados y comidos
“guatita llena”, corazones contentos y en pijama -jornada cumplida-
esperando al Padre, al Abuelo, al General, su amigo, quien repetirá el prodigio de las buenas noches de queda para los buenos días calcado
de los próximos cinco años que vendrán.
Usted viene, señora, de la patria de las perfectas madres, luminosas, alabadas, rol perfecto, perfecta sonrisa,
cara, collar y pelo acomodado,
que siempre atenta y cariñosa jamás denotará la fuerza femenina puesta en acarreo de la cruz de guerra gamada, que decidida, antigua providencia o nueva atravesó por once veces y media
por el torso de su esposo,
jamás.
Gratamente instalada en su privado
se dirigirá usted al mundo de lo público
para mejor expresar y transmitir lo que mujer, esposa, madre, abuela, hermana
mujer, novia, mujer, hija, usted ha visto, vivido
patriarcalmente sombreada en masculino, protectoramente,
sí.
Pero acá nosotras espúreas feministas políticas, clandestinas de grito y de imagen, atragantadas con exigencias de tripas y de almas mirando golpes, mirando muertes, mirando adultos muertos, niños, clérigos o laicos desaparecidos.
Otra vez.
Siempre al borde de romería insistente, protesta letanía para que nos oigan o nos miren los que no quieren ver ni leer ni escuchar ni siquiera después de la victoria absoluta asombrosa a lo Pirro y le explico:
Emperador romano que a todos venció, pero que hubo de volverse solo camino a su honores, porque ya todos muertos aquí y allá.
Pero acá nosotras -ya indignadas – de mundos de procesos abiertos sacudidos de lo injusto.
Acá nosotras salidas de la casa ¡aire fresco! y juntas ¡aire cálido!
buscando, consiguiendo que se unan de otro modo las palabras y los actos, lo deberes y los seres, el pensar con el hacer y decidir y el elegir en la libertad de la vida, sin rol encerrado y obligado ni en lo público, ni en que lo privado fuese de lo público.
queriendo conjugar en serio de una buena vez el verbo ser de a dos, de a tres o de a quinientos, sin que número que sexo quite o ponga consistencia al vínculo de humanizar la humanidad y esto en gesto repetido.
Julieta Kirkwood, Niñas Bonitas. En su libro “Tejiendo Rebeldías”