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Interseccionalidad: raza, feminismo y activismo consciente en contra de la opresión estructural

"El feminismo será antirracista o no será" - Angela Davis

Texto por Constanza Jorquera e ilustración por Cobomi.

La interseccionalidad es una forma de teorizar sobre el género, pues permite explicar las diferentes formas de subjetividad o agencia feminista. Tener en cuenta otras diferencias y su interacción con el género no significa disminuir o excluir el significado del género, sino comprenderlo de manera más amplia.

El término fue acuñado por la teórica estadounidense Kimberlé Crenshaw, quien rearticuló las preocupaciones sobre la marginalidad femenina negra en la teoría generalizada que se expresaron en la academia de las feministas afrodescendientes como Angela Davis, Patricia Hill Collins y Audre Lorde.

De acuerdo a sus investigaciones, el abuso doméstico y la violación afectan a las mujeres de color de manera diferente a las mujeres blancas, porque las políticas públicas para ayudar a las mujeres abusadas y las leyes creadas para castigar la violencia doméstica ignoran las formas en que la discriminación de raza y género se combinan para excluir a las mujeres de color en Estados Unidos (Crenshaw, 1991). Por lo tanto, la interseccionalidad tenía la intención de abordar el hecho de que las experiencias de las mujeres de color fueron ignoradas e incomprendidas por los discursos feministas y antirracistas.

Crenshaw argumentó que el debate teórico y el activismo feminista debe incluir la raza y el género, así como su interacción en el análisis de la multiplicidad de las experiencias de las mujeres negras en una sociedad racista y sexista (Crenshaw, 1989).

La interseccionalidad proporcionó una ontología compleja de conocimiento realmente útil, que revela sistemáticamente la vida cotidiana de las mujeres negras y étnicas que se posicionan simultáneamente en múltiples estructuras de dominación y poder como “otras” de género, raza, clasificadas, colonizadas y sexualizadas.

Las mujeres negras y de etnias no blancas, de diferentes edades, con diversas responsabilidades de cuidado, provenientes de culturas particulares, religiones, estados-nación, con o sin ciudadanía y derechos humanos, viven oprimidas en modalidades dominantes de raza, clase y género, lo que a menudo se llama interseccionalidad encarnada.

Mientras que la segregación racial fue diseñada para mantener a los negros como un grupo o clase fuera de los centros de poder, la vigilancia ahora tiene como objetivo controlar a los negros dentro de los centros de poder cuando ingresan a los espacios blancos de las esferas pública y privada.

Patricia Hill Collins, “Palabras de lucha: las mujeres negras y la búsqueda de justicia”.


Las experiencias históricas contrastan vívidamente con el carácter de la opresión que enfrentan las mujeres racializadas y no racializadas. Mientras que las mujeres blancas de clase media han sido tradicionalmente tratadas como delicadas y excesivamente emocionales, destinadas a subordinarse a los hombres blancos, las mujeres negras han sido denigradas y sometidas al abuso racista que es un elemento fundamental de la sociedad estadounidense.

La cuestión de la diferencia ha sido fundamental para el feminismo estadounidense desde el inicio de un movimiento de mujeres en los Estados Unidos. Cuando Sojourner Truth, una mujer negra y que había sido esclava, entró en la Convención de Mujeres predominantemente blanca en Akron, Ohio, en 1851, causó asombro.

Sufrió las cicatrices de las brutales palizas, la venta de sus hijos y la pérdida de sus propios padres mientras la vendían como esclava. En su discurso “Ain’t I a woman?” dio cuenta las contradicciones inherentes al uso y el significado de ser mujer, y expuso los supuestos políticos, económicos y culturales que subyace a su uso como categoría.

That man over there says that women need to be helped into carriages, and lifted over ditches, and to have the best place everywhere. Nobody ever helps me into carriages, or over mud-puddles, or gives me any best place! And ain’t I a woman? Look at me! Look at my arm! I have plowed, and planted, and have gathered into barns, and no man could head me! And ain’t I a woman? I could work as much, and eat as much as man – when I could get it – and bear the lash as well! And ain’t I a woman? I have borne thirteen children and seen most all sold off to slavery, and when I cried out with a mother’s grief, none but Jesus heard me! And ain’t I a woman?

Sojourner Truth. ¿Acaso no soy una mujer? (Ain’t I a Woman?). 29 de mayo de 1851


Décadas antes del surgimiento del movimiento de liberación de las mujeres modernas, las mujeres afrodescendientes se organizaban contra la violación de sus derechos a manos de hombres racistas blancos. Las mujeres activistas por los derechos civiles, incluida Rosa Parks, formaron parte de un movimiento popular de base para defender a las mujeres víctimas de agresiones sexuales racistas.

Fue una mujer, Rosa Parks, quien marco un hito en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, tras haberse negado a ceder el asiento a un hombre blanco y moverse a la parte trasera del autobús en Montgomery, Alabama, el 1 de diciembre del año 1955, lo que le costó ser detenida por la policía y encarcelada, tras ser acusada de haber perturbado el orden público.

Durante años las experiencias de las mujeres de color fueron invisibilizadas al suponer las activistas feministas de la primera ola que las experiencias de las mujeres blancas eran representativas de las vidas de todas las mujeres. Según bell hooks (1984), este ideal de solidaridad de género se basa en un supuesto de igualdad que se apoya en la idea de que existe una opresión común del patriarcado en torno al cual las mujeres deben unirse, pero esta idea es falsa y corrupta, porque no reconoce la verdadera naturaleza de la variada y compleja realidad social de las mujeres.

Usar la expresión Black Feminism no responde a un capricho sino a la necesidad de situar un feminismo en el contexto histórico en el cual surgió, en la segunda mitad de la década de 1970 en Estados Unidos.

Las feministas negras fueron aquellas que incluyeron cuestiones de clase y sexualidad, además de la raza y el género en la teoría feminista. Cada una de estas identidades sociales coloca a la mujer negra en la posición de luchar no solo por un estado, sino por la interseccionalidad de todas las etiquetas que conducen a la discriminación.

Angela Davis es una intelectual y activista que, incluso antes del concepto de interseccionalidad, consideraba que las opresiones estructurales múltiples eran inseparables. En Women, Race and Class, Davis enfatiza la importancia de utilizar otros parámetros para la feminidad y denuncia el racismo que existe en el movimiento feminista, al tiempo que construye un análisis anticapitalista, antirracista y antisexualista.

Las mujeres de color ven el feminismo negro como el movimiento político lógico para combatir las opresiones múltiples y simultáneas que enfrentan todas las mujeres de color.

Si bien todas las mujeres somos oprimidas por ser mujeres, ningún movimiento puede afirmar que habla por todas las mujeres a menos que hable por las mujeres que también enfrentan las consecuencias del racismo. La raza y la clase, por lo tanto, deben ser centrales en el proyecto de liberación de las mujeres para que sean significativas para aquellas más oprimidas por el sistema patriarcal.

En América Latina, así como en otras partes del Sur global, la inclusión de cuestiones de raza, clase y etnia en el género estaba bien desarrollada incluso antes de que se acuñara el término interseccionalidad.

Si bien la interseccionalidad tiene sus raíces en la teorización feminista estadounidense, que refleja los conflictos específicos entre los feminismos blancos y negros en Estados Unidos, puede y debería ser usada como herramienta para comprender las opresiones que vivimos las mujeres latinoamericanas, particularmente aquellas marginadas de los centros de poder como las mujeres indígenas.

Esta tensión ya ha sido abordada por autoras como Edmé Domínguez, quien establece las diferencias entre las “feministas hegemónicas” y las “feministas de base” o “feministas de campo” (Domínguez, 2004).

La incorporación de las demandas y experiencias de mujeres indígenas, afrodescendientes y migrantes permite la construcción de un proyecto transnacional feminista más inclusivo, racial y étnicamente consciente y de clase, siendo éste uno de los mayores desafíos que enfrentan los feminismos de América Latina y el Caribe.

Sin embargo, debemos ser cautelosas para evitar usurpar todo el crédito de la interseccionalidad como teoría y herramienta de análisis y activismo. La interseccionalidad se ha transformado en un producto de la academia neoliberal en lugar de la ayuda para la justicia social que debería ser.

El feminismo poscolonial nos invita a mirar más allá de lo que consideramos objetivamente liberador y opresivo, lo correcto y lo incorrecto. Abre la oportunidad de crear alianzas transnacionales en lugar de internacionales, es decir, movimientos de base y comunitarios que apoyan a otros movimientos en otros países, en lugar de imponer lo que creemos que es el camino hacia la igualdad.

Por lo tanto, tiene como objetivo comprender y deshacer los legados del colonialismo dentro del activismo feminista. En otras palabras, el feminismo poscolonial quiere descolonizar el activismo feminista, comprender e interpretar las experiencias cotidianas a través de una perspectiva poscolonial, descentrando la experiencia blanca, occidental y eurocéntrica.

Nacido de la resistencia a las exclusiones y generalizaciones del feminismo de la segunda ola, el feminismo poscolonial es un enfoque crítico de la teoría que apunta a los legados del colonialismo y sus efectos continuos sobre las mujeres y el género. Aunque existe una rica diversidad de convicciones sociales y políticas entre las feministas poscoloniales, todas comparten el compromiso de atender las formas literales y simbólicas de violencia que surgen de los supuestos universalistas sobre las mujeres.

En las primeras fases del colonialismo, los colonizadores europeos destruyeron todo el tejido social y cultural de los territorios que dominaron, y la identidad étnica y cultural se combinó con la raza y las supuestas distinciones biológicas.

Al igual que el sexismo, el racismo es un problema estructural y endémico tanto en la cultura estadounidense como en América Latina, y debe abordarse de manera sistemática, junto con la clase y todos los demás sistemas de dominación.

En lugar de trabajar directamente para alterar el orden de la opresión racial, las mujeres blancas muchas veces se esfuerzan por empatizar con las “víctimas”, quitándoles todo poder de agencia y su propia voz para compartir sus saberes, discursos y formas de lucha, reproduciendo la lógica histórica de lo que conocemos como “occidente” o el “centro” y su auto atribuida responsabilidad de “educar y liberar a los menos civilizados”.

A pesar de que la colonización europea en América terminó hace mucho tiempo, sus efectos aún permanecen en nuestra cultura actual.

Por supuesto es muy importante modificar el comportamiento, pero también lo es desafiar las estructuras institucionales opresivas y luchar por transformaciones a largo plazo que apunten a la justicia social y la dignidad.

Como George Floyd, muchas personas han muerto en manos de la policía estadounidense solo por su color de piel. También muchas personas indígenas y migrantes en nuestro propio país han muerto en medio de la impunidad avalada por el Estado de Chile; sin reparación, sin culpables, sin justicia.

Tanto en Estados Unidos como aquí, vivimos en una sociedad que utiliza el racismo, la homofobia y la misoginia para degradar y deshumanizar a muchas personas.

Todos los seres humanos tienen algún nivel de privilegio del que se benefician. El privilegio es perjudicial para quienes no se benefician de él.

Al mismo tiempo, la persona privilegiada usualmente decide mantenerse ignorante frente los problemas de los demás y no reconoce las luchas individuales de los grupos marginados. Este es el caso del privilegio que las personas blancas tienen sobre las personas de color, también conocido como privilegio blanco y como dijo bell books ante y la exclusión de las mujeres afrodescendientes de los movimientos y el discurso feminista, “Todas las mujeres blancas en esta nación saben que la blancura es una categoría privilegiada”.

Gracias a las redes sociales y el activismo ciudadano, ya no podemos ser engañades por las elites y, por lo mismo, tenemos la responsabilidad no solamente moral, sino que humana por dejar atrás la ignorancia, desaprender muchas conductas que históricamente han sido naturalizadas y solidarizar desde el lugar que nos corresponde con las personas que protagonizan los levantamientos sociales.

De hecho, como Audre Lorde ha dejado claro, “las herramientas del maestro nunca desmantelarán la casa del maestro”. En este sentido, la lucha antirracista puede partir por postear en nuestras redes sociales un cuadrado de color negro y usar hashtags como “BlackLivesMatter”, porque permite visibilizar un tipo especial de violencia y opresión que es insostenible, pero sin acciones reales ni siquiera es un discurso vacío, sino que sigue apropiándose y negando el derecho de las personas afrodescendientes a ser escuchadas.

Como lei en el post de Instagram de Franchesca Ramsey, actriz, presentadora de televisión y escritora, las personas activistas afrodescendientes han usado el hashtag #BlackLivesMatter para organizarse, compartir información e historias importantes, y para mantenerse seguras. Todo está ocurriendo en tiempo real y cada acción tiene consecuencias inmediatas, de modo que si no tienes nada que aportar a la lucha de las personas racializadas, es mejor restarte de compartir contenido en redes sociales.

Si somos personas no racializadas, podemos apoyar de muchas maneras. En primer lugar, cuestionar y reflexionar sobre el racismo que nos rodea y aprender sobre nuestros errores, porque es un proceso constante.

En segundo lugar, buscar información confiable, aprender sobre las luchas históricas de los pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes, para luego compartir estos aprendizajes y material en nuestra comunidad. No basta con señalar a las personas que tienen conductas o discursos racistas que lo que hacen está mal, debemos ofrecer herramientas para educarnos en conjunto.

En tercer lugar, podemos usar nuestras redes sociales y contactos para visibilizar el activismo afrodescendiente e indígena, así como los testimonios de lo que están viviendo las personas que se encuentran movilizadas en las calles, ya que los medios de comunicación tradicionales jamás les darán un lugar y, es más, manipularán la verdad.

En cuarto lugar, si tenemos los recursos disponibles, apoyar con lo que podamos a las personas que lo necesitan, desde alimentos y dinero para migrantes afrodescendientes en situación de vulnerabilidad social, pasando por organizaciones locales de la sociedad civil que reúnen dinero para ir en ayuda de estas personas, hasta fondos para pagar las fianzas de las personas afrodesdencientes privadas de libertad en Estados Unidos y otros lugar. Si no puedes aportar con estos recursos, difundir en tus redes sociales y contactos esta información para que más personas puedan hacerlo.

El racismo es un sistema de opresión histórico que las personas racializadas viven cada día en todos los aspectos de su vida. Debemos apoyarles con espacios seguros, canales de comunicación, denuncias de abusos,

Verdad, memoria, justicia y reparación histórica, nada menos.

Todas las ilustraciones de este post forman parte de nuestra exposición virtual “Phenomenal Woman: mujeres fenomenales que marcan nuestra historia“. Agradecemos a las ilustradoras que forman parte de este gran proyecto y, personalmente, agradezco a Coni por la ilustración de Sorité y a mis amigues que me dieron su retroalimentación sobre este post.

Galería de imágenes

Ilustración por Cobomi

Angela Davis. Ilustración por Sol León

Kimberlé Williams Crenshaw. Ilustración por Anemone

Sojourner Truth. Ilustración por Camila Villota

bell hooks. Ilustración por Denisse Leveke

Rosa Parks. Ilustración por Camila Mendoza

Audre Lorde. Ilustración por Camila Mendoza