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Sé la madre que necesitabas cuando eras joven

Texto por Constanza Jorquera.

En estos días de visitas familiares, regalos y marketing, abundan las frases que se repiten año tras año en la televisión, comerciales, fotos en redes sociales y en las vitrinas. Pero, ¿qué pasa en los casos de personas que no tuvieron la “mejor mamá del mundo”, y en su lugar pasaron por experiencias de abuso, abandono o no tienen una mamá?
Para muchas personas (quizás debería en un futuro escribir sobre el peso de ser hija, especialmente hija mayor), la relación con la madre y la maternidad no es fácil. En una sociedad que pone a la familia tradicional en su centro, donde se conjugan los valores religiosos, la cultura, los roles de género y las propias dinámicas familiares, aún persiste la percepción de que las madres deben ser incondicionales y perfectas, sacrificando aspectos fundamentales de sí mismas por el deber, sometidas a un escrutinio mucho más castigador que a los padres. Por su parte, les hijes debemos también ser incondicionales, cumplir roles definidos y someternos a la crítica en el caso de que no tengamos vínculos con personas de nuestra familia.
La socialización nos enseña a venerar y respetar a nuestras madres. Quienes han perdido a sus madres o han vivido el abandono pueden enfrentarse al Día de la Madre como una experiencia detonante o completamente ajena. Para muchas personas, el Día de la Madre duele.
El resentimiento, el trauma, la vergüenza, el perdón, el duelo y la identidad propia en relación a nuestros vínculos navegan en un espacio gris entre diversas memorias, a veces contradictorias.
Las olas del feminismo y los diversos enfoques feministas a lo largo de la historia han debatido extensamente sobre la maternidad y la necesidad de reflexionar críticamente, incluso desmantelar el patriarcado y sus manifestaciones sistémicas que llevan a que una experiencia de vida de tal magnitud sea tan problemática como compleja. Se trata de buscar medios para superar las estructuras de poder opresivas con el fin legitimar y garantizar la maternidad autodeterminada.
Cada persona es un universo en sí misma, al igual que sus relaciones; la condición humana y por cierto la maternidad, tienen contradicciones inherentes. En este sentido, ser madre y ser hija no son experiencias universales y están vinculadas con estructurales de género, sociales, culturales y económicas, así como factores psicológicos; pues ser mujer no es una categoría o experiencia fija. Pero este post no es una reflexión política desde el feminismo, sino desde la experiencia vivida, la vulnerabilidad de habitar en las redes sociales donde cada aspecto de nuestra vida y de les demás está expuesta, y la necesidad de la empatía y el autocuidado.
No podemos volver al pasado, pero esas experiencias que cargamos configuran nuestro presente y abrazar a esa niña es el inicio de un largo camino de sanción para vivir plenamente como adultas en el presente, pero suena mucho más fácil de lo que supone nuestra comprensión y ejecución en la realidad.
¿Puedo ser mi propia madre? ¿Puedo ser la persona que necesité y que necesito ahora en la adultez?
En la adultez, en el presente, podemos contar con herramientas educativas, socioculturales, espirituales y de salud mental que nos permiten hacernos cargo de nuestras existencias e, independientemente del vínculo que tengamos con nuestras familias y cuidadores (que probablemente no accedieron a ellas y, quizás, también cargan con traumas generacionales de abuso y abandono), intentar conectarnos con todo aquello que nos constituye de forma amorosa, honesta, sin prejuicios, avanzando en el camino de la aceptación. Significa tener una relación íntima con la niña que una vez fuimos, que tuvo que ser fuerte, cuidarse sola y sobrevivir.
Desde la resiliencia y la determinación, se trata de romper un ciclo y empezar uno nuevo, más allá de un día de celebración particular, hacia la resignificación con actos, grandes o pequeños, de apoyo dentro nuestro de forma consciente y activamente. No hay una guía infalible para ser madre y tenemos que ser perfectas, nos vamos a equivocar al igual como lo han hecho todas las madres, aprendiendo todos los días, pero seremos capaz de entregar todo ese amor hacia la persona más importante en nuestras vidas: nosotras mismas.
Es más, escribir esto me llevó a este punto de darme cuenta de algo muy importante. He orientado mis ideas desde un punto de partida, de convertirme en mi propia mamá, pero lo cierto es que vengo haciéndolo desde hace muchísimo tiempo y por eso es un tema tan doloroso. No voy a tener la mamá que he anhelado y me hace falta ahora, está dentro de mí y también está bien pedir y recibir ayuda de personas amorosas desde el ámbito de la amistad y desde el terapéutico.
Todavía tengo problemas con el Día de la Madre, pero tengo una mejor amiga que es la mamá de mi corazón y que me ha mostrado un verdadero amor incondicional; lo mismo sucede con mi mejor amigo y mis otras amigas tan queridas que me han dado las piezas para este rompecabezas llamado “ser mi propia mamá”.
Esa aceptación y resignificación supone honrarme y celebrarme, así como a esas personas que cumplen gran parte de ese rol como mi familia elegida, transformar esa maternidad por necesidad a una por opción, como un regalo hacia mí misma.