Entendí que las chicas necesitaban esa marea y venían haciéndolo desde que juntas seguían por las colinas a Dionisio. Entendí que es estúpido despreciar a las fans, involuntarias salvaguardas del mito y de la memoria de cuando el mundo era bosque
Texto por Constanza Jorquera.
Ser fanática es algo que me ha acompañado toda mi vida. Mis primeros recuerdos, amistades, llantos y gritos. No concibo la vida sin amar y sentir tan intensamente hacia artistas, películas, canciones, libros, hitos históricos, lugares y cuanta cosa se cruce que me muestre lo fascinante que puede ser la creación humana.
El fanatismo es una aventura para la cual nunca estás preparada y cuyas implicancias desconoces. Soy fan de muchas cosas, quizás demasiadas, y reconozco que tiene que ver con ser una persona que se emociona fácilmente, idealiza, disocia, añora, se obsesiona y navega entre ser una soñadora empedernida y el el escapismo.
No fue hasta en los últimos años en que pude reconciliarme con la esfera exterior, el entorno y la presentación social como fan, porque constantemente me sentí juzgada e infantilizada. Si bien sigue sucediendo, lo ignoro y he podido encontrar amistades con las que puedo compartir esa intensidad y urgencia, y también quienes desde la vereda de la observación me aceptan en mis delirios.
También reflexionar desde el feminismo me ayudó a problematizar e incluso la reivindicación de lo bello de ser fan. Escribí en el verano en este mismo blog sobre ser fangirl (de Kpop, pero aplica a todo):
“Un problema importante en la misoginia y la violencia hacia las mujeres es la trivialización nuestros intereses, comunidades y las emociones que los rodean, pues son juzgadas como superficiales y sin profundidad intelectual. La idea de "mujeres histéricas" asociada al fanatismo musical se remonta a mediados del siglo XX con el auge de The Beatles y evolucionó al concepto de "fangirl" en sentido peyorativo y marcador de identidad, pues categorizar un producto cultural como hecho para adolescentes es la forma más fácil de menospreciarlo, pues refuerza argumento de que las fanáticas presentan determinados comportamientos por la falta de madurez, incapacidad de poder de agencia y carencia de sentido de la realidad”.
Es por eso que estaba tan emocionada por leer el nuevo libro de Mariana Enríquez, quien es básicamente la persona a la que aspiro ser, llamado “Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede" por la Editorial Montacerdos. Constantemente la vemos hablando por sus fanatismos y descubrimientos musicales en entrevistas, desde Lana del Rey hasta Taylor Swift, Mariana comprende lo muchas veces inexplicable que es ser fan, porque ella también lo es.
En libro hace un recorrido de su fanatismo adolescente, sus experiencias como periodista musical en un mundo muy hostil de hombres, sus viajes y encuentros con fans de todo el mundo, las diferencias culturales entre los fandoms y las experiencias de los conciertos, crecer junto a su banda al otro lado del mundo y reconciliarse con conocer a los ídolos.
En la presentación de su libro en CEINA, Mariana se refería a lo “arcano” para explicar la experiencia femenina de ser fan y que la infantilización era absurda como insulto, porque es en la infancia donde somos más libres, felices y auténticos. Comparaba las diferencias entre la experiencia masculina y femenina de ser fan, resaltando que los hombres no lograban ser fans completos, porque se restringían a hacerlo y abrazar la experiencia en su totalidad debido a las expectativas sociales de los roles de género, que sólo parece ser aceptable cuando se trata de los deportes, que son espacios donde se validan con otros hombres.
A eso se suma la relación epocal con los artefactos mediante los cuales vivimos el fanatismo, desde la revista con el cancionero, los posters en las paredes de la pieza, las fotocopias, los primeros blogs y la irrupción de las redes sociales que rompen de cierta forma la dinámica tiempo y espacio que nos distancia de nuestros artistas favoritos. Hay una embriaguez solitaria y colectiva del ser fan cuando ves que esas personas son como Dionisio, dioses que parecieran no adolecer de los problemas y emociones mundanas, pero que conectan lírica y sónicamente con lo más profundo de tu alma y tu cerebro.
Mariana recoge de forma muy divertida y relatable las especificidades de ser fan en Latinoamérica, al fin del mundo. Siempre me ha parecido curioso el impacto cultural que han tenido géneros y bandas de lugares tan lejanos, como el britpop, el k-pop, la cultura otaku con le j-rock y el visual kei,
También comentó que era mucho mejor ser fan a medida que envejecemos, porque nos volvemos más solitarios.
La belleza de ser fan es que compruebas constantemente la pasión que puedes experimentar, y tu vida siempre está musicalizada y versada por más mundana que sea la realidad. Y ahí estábamos todes escuchándola y aplaudiéndola cual ritual mágico después de una carrera virtual por las entradas.
Mariana siempre sabe qué decir.